INTRODUCCIÓN
La relación más importante que muestra la Biblia es la relación de Dios Padre con su Hijo Jesús y es el modelo de la relación más importante que existe en la tierra, entre un padre y un hijo o un padre y una hija. La figura más importante y más necesaria es la figura del padre. En la sociedad hay una gran falta de paternidad y se les ha transferido esa carga a las madres. La sociedad ha tergiversado la figura paterna y se le han atribuido a la madre un sin fin de roles que debiera cumplir el padre, entonces amamos a mamá porque ella se hizo responsable, ha tomado la carga y vela por los hijos. Pero no fue así el proyecto en el corazón de Dios; en sus planes estaba que el hombre amara a su esposa y a su familia, que la sustentara y les brindara el afecto que su esposa e hijos necesitan.
En una familia, la figura principal es la del hombre ya que él es cabeza en el matrimonio y el sacerdote del hogar, pero esto se ha desfigurado con el tiempo y debemos volver a buscar el modelo bíblico porque hay demasiadas personas muy heridas, yo diría que la mayor parte de la población sufre heridas que son consecuencias de la falta de paternidad. Aunque el padre esté en casa, si el modelo que él es para sus hijos no es el correcto, les hace daño en su formación.
Son muy importantes los padres y no quiero minimizar el rol de la madre, pero la Biblia nos dice que el esposo representa a Cristo, que éste da la vida por su esposa, la sustenta y la cuida. Hay muchas mujeres que son valientes y heroínas pero se han quedado con el deseo de tener un hombre a su lado que las ame, como una mujer de unos cincuenta años que recientemente me declaró sollozando que necesitaba un hombre que la amara. Es importante el rol que cumplen las madres, pero hoy quiero hablar acerca de la importancia del rol del padre. Dios se presenta como un Padre y el modelo o figura que necesitamos conocer y entender es la relación que existe entre Dios el Padre y su Hijo que envió al mundo, Jesucristo. No encontraremos nunca en ningún lugar del mundo una relación tan preciosa entre un padre que ama de verdad a su hijo, como Dios ama a Jesús.
MI PADRE CELESTIAL
No te quiero hablar de la paternidad de un pastor ni de tu padre terrenal sino que quiero hablarte acerca del Padre que tienes en el cielo y te aseguro que aunque tu padre no te haya tenido en cuenta ni te haya dado amor, tu verdadero Padre es el Dios que creó los cielos y la tierra. ¡Ese es tu Padre quien va a cambiar tu vida, va a llenar tu existencia y a darte todo lo que tu padre terrenal no te dio! Dios te dará fuerzas, iniciativas, fe y esperanza; con Él caminarás seguro. Las personas no caminan con seguridad en la vida porque sus padres les han infundido inseguridad. Las madres han hecho de heroínas, pero ellas han sufrido muchas angustias, temores e inseguridades y les han pasado esos sentimientos a sus hijos. Mujeres que no han tenido un buen noviazgo o matrimonio por causa del rechazo y se bloquean afectivamente rechazando el sexo masculino porque quien les tenía que haber dado amor y seguridad no cumplió con su rol. Esas mujeres se han enamorado, pero no confían en los hombres. Son muchas las personas que me dicen que no pueden confiar en mí porque no creen en los hombres, porque su padre le ha fallado. ¡Es muy grande el estrago en la sociedad por la falta de una paternidad responsable!
Cuando Jesús les enseñó a sus discípulos cómo dirigirse a Dios, no les dijo: “Vosotros pues orareis así: Padre eterno que estás en el cielo…” Él les dijo: “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en el cielo…” Digamos que Dios es el Padre por excelencia y le da al hombre la imagen paterna para que se desempeñe como tal. La tarea más importante de los hombres no es ser futbolistas, no es ganar un buen sueldo para llevar a su casa; la tarea más importante de los hombres es la de ser padres. Un buen padre genera afecto, fuerza, ánimo y fe, y con eso sí, los hijos y las hijas pueden enfrentar la vida. Para que las personas dejen de andar por la vida necesitando el abrazo de un padre o de un hombre en su defecto, Dios nos ha dejado su historia, la del Padre con su Hijo amado.
Leemos en Juan 20:16, que Jesús ya resucitado, tiene un encuentro con María Magdalena. “Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. El título más importante que tú tienes en la vida no es el de padre sino el de hijo de Dios. ¡Esto no es cualquier cosa! No tenemos que ponernos en el rol de padre sino en el de hijos; los hijos reciben de los padres y nosotros amamos a Dios porque Él nos amó primero. Los hijos aman a sus padres porque éstos aman a sus hijos primero. Un padre no puede dar lo que no ha recibido y lo que tienes que recibir lo recibirás de tu Padre que está en el cielo.
En mis años de pastor he visto hombres que no han tenido un padre que les haya dado afecto, que nunca los tuvieron en cuenta; hombres que se han revolcado en las drogas, los he visto asistir a la iglesia y establecer una relación de padre a hijo y de hijo a padre con Dios y hoy son buenos padres, ellos tienen para dar y aunque sus padres nunca les han dado nada, ahora esos hombres son excelentes esposos y padres amorosos. ¡Qué grande es Dios porque Él te da lo que tu padre no te ha brindado! Dios te adopta como hijo y no se trata de cualquier adopción. Cuando una persona adopta a una criatura ese niño sigue teniendo el ADN de su madre y padre biológicos, pero cuando el Señor nos adopta como hijos nos da su identidad y nos trasmite su naturaleza, a eso Jesús le llama el nuevo nacimiento y nosotros somos renacidos, nacidos del Espíritu Santo, no de un ángel, de un arcángel o querubín; somos renacidos del Espíritu del Dios del cielo. Es Dios mismo quien engendra vida dentro de nosotros, por lo cual no sólo somos adoptados sino que somos hijos. Y como dice el apóstol Pablo en la palabra de Dios: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo…” (Romanos 8:17). “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”.
Jesús es el Hijo del Dios viviente, tú y yo también lo somos y el Señor te dice hermano, hermana. Hemos admirado tanto la historia de Cenicienta, una joven que no era nadie y al final el príncipe se enamora de ella y se casan, pero eso es una cuento creado, en cambio lo que te estoy predicando hoy acerca de la paternidad de Dios es para celebrarlo y no es una cuento sino una historia real. ¡Así te ama Dios! Tu paz y tu bendición están en tu Padre. ¡Llámale papá! Romanos 8:15 dice así: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” Esta expresión significa: “papito querido”. ¿Puedes entablar una relación así con Dios o tienes miedo de acercarte a Él? ¿Tienes la idea de que Dios no te escucha o no tiene tiempo para ti? ¡No! El Señor no es como tu padre terrenal. ¡El Señor es el padre de los padres! Una abuela de noventa y ochos años pasó a donde estaba yo y me dijo al oído: “Mi papá nunca me abrazó. ¿Usted me puede abrazar?” Hoy tú puedes recibir el más grande de los abrazos, el abrazo del Padre”. Dios ha salido a buscar hijos pródigos, hijos que están estancados en la vida porque algún rechazo o resentimiento los tiene frenados y sin iniciativas.
Leemos en 1ª Juan 3: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él”. Tanto amor tiene el Padre que nos ha hecho hijos; no somos advenedizos, no somos de otra familia, no somos de la calle. El amor de Dios es tan grande que nos ha hecho sus hijos. Oro que esta palabra penetre en tu corazón y que por primera vez en tu vida te sientas hijo e hija del Dios viviente y no un mendigo del mundo. ¡No eres un mendigo! ¡Eres un hijo y una hija de Dios!
CONCLUSIÓN
Cuando tenía unos diez años de edad, mi papá compró su primer auto. ¡Toda la vida habíamos andado en moto! Estábamos contentos por viajar adentro de ese auto. Yo le decía a mis amiguitos: “Vamos a subirnos a mi auto”. Yo no decía “el auto de mi papá” sino “mi auto”. Yo tenía conciencia de que lo que era de mi padre también era mío. Siendo niño no le decía a mi padre: “Oh, padre mío, ¿puedo abrir la heladera y sacar algo para comer?” Yo llegaba a casa, abría mi heladera y me servía lo que quería. Nunca dije: “Voy a la casa de mi papá”, sino que decía: “Voy a mi casa”. La casa de mi papá era mi casa así como la heladera y los alimentos que habían adentro. ¿Tú tienes esa confianza como para sacar de la despensa del cielo lo que necesites para comer? ¿Tienes esa confianza para acercarte a Dios creyendo que eres parte de su familia? Jamás llegarás a ser un gran siervo y servir a Dios si primero no eres un gran hijo de Dios. El hijo de Dios es el que el Padre ama, llena y sustenta y una vez que aprendió a ser hijo y aprendió a acercarse al Señor como tal, entonces puede comenzar a servirle a Él porque ha sido servido por el amor del Padre. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3:1).
En el libro de San Juan capítulo 1 versículo 12 dice así la palabra de Dios: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. ¡No es cualquier cosa! ¡Es para quienes le han creído! Quizás nunca te sentiste un verdadero hijo o hija de tu padre o de tu madre terrenal pero no puedes desarrollar tu vida si no logras experimentar esta relación de hijo o de hija con el Padre celestial. La relación entre el Padre y Jesús su Hijo era maravillosa. En una oportunidad los discípulos le insistían que tenía que comer y descansar, pero el Señor les respondió: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Juan 4:34). El Señor era totalmente Hijo y en el peor momento de su vida, el más difícil que le ha tocado vivir, cuando ya no le quedaba aliento en la cruz del calvario, le dijo al Padre: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46), demostrando la confianza que tenía en el Padre más allá de la muerte. Había cargado sobre Él el pecado de todos nosotros; fue hecho maldición por causa de nuestros pecados y padeció bajo la carga del pecado de todos y cada uno de nosotros. Abandonado por el Padre, Dios se retiró de Él, si no hubiera sido así, Jesús no moría, pero murió y encomendó su espíritu en las manos del Padre. Aún ahí podemos apreciar la confianza que tenía el Hijo en su Padre, y el Señor dijo de Él: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17).
Si buscas en la Biblia, encontrarás mucho acerca de esta preciosa relación que hubo entre Jesús y el Padre. Un día se les perdió a María y a José, y cuando lo encontraron, su madre le dijo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia. Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Lucas 2:48 y 49). Jesús tenía una clara identidad en su Padre y sabía con certeza que era el Hijo de Dios.
Hoy el Señor te dice: “La relación que yo tengo con mi Hijo amado es la relación que quiero tener contigo”. Somos coherederos juntamente con Cristo, según Él somos sus hermanos. Sus seguidores eran sus discípulos, pero después de resucitar, cuando se encontró con María Magdalena, le dijo: “Ve y dile a mis hermanos…”
¿Puedes comprender la relación filial que tenemos con Jesús? ¿Te han herido? ¿Te han fallado tu padre y tu madre? ¿Has iniciado una relación de noviazgo y de matrimonio en inseguridad, sin certeza y te ha ido mal? ¿Tu matrimonio va mal y tu familia se desmorona? Hoy el Señor te dice: “Entrégame hoy tus cargas y adóptame como tu Padre aunque yo ya te adopté como mi hijo, como mi hija”.
Necesitas afirmar tu relación con el Padre celestial; tal vez nunca has visto a Dios como un verdadero Padre, pero ahora crees que el Señor te dará todo lo que te falta y necesitas; el amor que te ha faltado, el Padre te lo da en esta hora. Si no tenías clara la relación filial con Dios quiero orar por ti: “Padre, mira por aquellos solitarios que han luchado en la vida, arrastrando angustia, arrastrando su pasado, sin afecto paterno o materno. Tócalos con tu poder, Dios mío. Descienda tu Espíritu de adopción sobre ellos, en el nombre de Jesús. ¡No son bastardos, son hijos! ¡No son allegados, son hijos! ¡Recibe el Espíritu del Padre! ¡Eres amada, eres amado, te dice el Señor!”
La relación más importante que muestra la Biblia es la relación de Dios Padre con su Hijo Jesús y es el modelo de la relación más importante que existe en la tierra, entre un padre y un hijo o un padre y una hija. La figura más importante y más necesaria es la figura del padre. En la sociedad hay una gran falta de paternidad y se les ha transferido esa carga a las madres. La sociedad ha tergiversado la figura paterna y se le han atribuido a la madre un sin fin de roles que debiera cumplir el padre, entonces amamos a mamá porque ella se hizo responsable, ha tomado la carga y vela por los hijos. Pero no fue así el proyecto en el corazón de Dios; en sus planes estaba que el hombre amara a su esposa y a su familia, que la sustentara y les brindara el afecto que su esposa e hijos necesitan.
En una familia, la figura principal es la del hombre ya que él es cabeza en el matrimonio y el sacerdote del hogar, pero esto se ha desfigurado con el tiempo y debemos volver a buscar el modelo bíblico porque hay demasiadas personas muy heridas, yo diría que la mayor parte de la población sufre heridas que son consecuencias de la falta de paternidad. Aunque el padre esté en casa, si el modelo que él es para sus hijos no es el correcto, les hace daño en su formación.
Son muy importantes los padres y no quiero minimizar el rol de la madre, pero la Biblia nos dice que el esposo representa a Cristo, que éste da la vida por su esposa, la sustenta y la cuida. Hay muchas mujeres que son valientes y heroínas pero se han quedado con el deseo de tener un hombre a su lado que las ame, como una mujer de unos cincuenta años que recientemente me declaró sollozando que necesitaba un hombre que la amara. Es importante el rol que cumplen las madres, pero hoy quiero hablar acerca de la importancia del rol del padre. Dios se presenta como un Padre y el modelo o figura que necesitamos conocer y entender es la relación que existe entre Dios el Padre y su Hijo que envió al mundo, Jesucristo. No encontraremos nunca en ningún lugar del mundo una relación tan preciosa entre un padre que ama de verdad a su hijo, como Dios ama a Jesús.
MI PADRE CELESTIAL
No te quiero hablar de la paternidad de un pastor ni de tu padre terrenal sino que quiero hablarte acerca del Padre que tienes en el cielo y te aseguro que aunque tu padre no te haya tenido en cuenta ni te haya dado amor, tu verdadero Padre es el Dios que creó los cielos y la tierra. ¡Ese es tu Padre quien va a cambiar tu vida, va a llenar tu existencia y a darte todo lo que tu padre terrenal no te dio! Dios te dará fuerzas, iniciativas, fe y esperanza; con Él caminarás seguro. Las personas no caminan con seguridad en la vida porque sus padres les han infundido inseguridad. Las madres han hecho de heroínas, pero ellas han sufrido muchas angustias, temores e inseguridades y les han pasado esos sentimientos a sus hijos. Mujeres que no han tenido un buen noviazgo o matrimonio por causa del rechazo y se bloquean afectivamente rechazando el sexo masculino porque quien les tenía que haber dado amor y seguridad no cumplió con su rol. Esas mujeres se han enamorado, pero no confían en los hombres. Son muchas las personas que me dicen que no pueden confiar en mí porque no creen en los hombres, porque su padre le ha fallado. ¡Es muy grande el estrago en la sociedad por la falta de una paternidad responsable!
Cuando Jesús les enseñó a sus discípulos cómo dirigirse a Dios, no les dijo: “Vosotros pues orareis así: Padre eterno que estás en el cielo…” Él les dijo: “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en el cielo…” Digamos que Dios es el Padre por excelencia y le da al hombre la imagen paterna para que se desempeñe como tal. La tarea más importante de los hombres no es ser futbolistas, no es ganar un buen sueldo para llevar a su casa; la tarea más importante de los hombres es la de ser padres. Un buen padre genera afecto, fuerza, ánimo y fe, y con eso sí, los hijos y las hijas pueden enfrentar la vida. Para que las personas dejen de andar por la vida necesitando el abrazo de un padre o de un hombre en su defecto, Dios nos ha dejado su historia, la del Padre con su Hijo amado.
Leemos en Juan 20:16, que Jesús ya resucitado, tiene un encuentro con María Magdalena. “Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. El título más importante que tú tienes en la vida no es el de padre sino el de hijo de Dios. ¡Esto no es cualquier cosa! No tenemos que ponernos en el rol de padre sino en el de hijos; los hijos reciben de los padres y nosotros amamos a Dios porque Él nos amó primero. Los hijos aman a sus padres porque éstos aman a sus hijos primero. Un padre no puede dar lo que no ha recibido y lo que tienes que recibir lo recibirás de tu Padre que está en el cielo.
En mis años de pastor he visto hombres que no han tenido un padre que les haya dado afecto, que nunca los tuvieron en cuenta; hombres que se han revolcado en las drogas, los he visto asistir a la iglesia y establecer una relación de padre a hijo y de hijo a padre con Dios y hoy son buenos padres, ellos tienen para dar y aunque sus padres nunca les han dado nada, ahora esos hombres son excelentes esposos y padres amorosos. ¡Qué grande es Dios porque Él te da lo que tu padre no te ha brindado! Dios te adopta como hijo y no se trata de cualquier adopción. Cuando una persona adopta a una criatura ese niño sigue teniendo el ADN de su madre y padre biológicos, pero cuando el Señor nos adopta como hijos nos da su identidad y nos trasmite su naturaleza, a eso Jesús le llama el nuevo nacimiento y nosotros somos renacidos, nacidos del Espíritu Santo, no de un ángel, de un arcángel o querubín; somos renacidos del Espíritu del Dios del cielo. Es Dios mismo quien engendra vida dentro de nosotros, por lo cual no sólo somos adoptados sino que somos hijos. Y como dice el apóstol Pablo en la palabra de Dios: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo…” (Romanos 8:17). “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”.
Jesús es el Hijo del Dios viviente, tú y yo también lo somos y el Señor te dice hermano, hermana. Hemos admirado tanto la historia de Cenicienta, una joven que no era nadie y al final el príncipe se enamora de ella y se casan, pero eso es una cuento creado, en cambio lo que te estoy predicando hoy acerca de la paternidad de Dios es para celebrarlo y no es una cuento sino una historia real. ¡Así te ama Dios! Tu paz y tu bendición están en tu Padre. ¡Llámale papá! Romanos 8:15 dice así: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” Esta expresión significa: “papito querido”. ¿Puedes entablar una relación así con Dios o tienes miedo de acercarte a Él? ¿Tienes la idea de que Dios no te escucha o no tiene tiempo para ti? ¡No! El Señor no es como tu padre terrenal. ¡El Señor es el padre de los padres! Una abuela de noventa y ochos años pasó a donde estaba yo y me dijo al oído: “Mi papá nunca me abrazó. ¿Usted me puede abrazar?” Hoy tú puedes recibir el más grande de los abrazos, el abrazo del Padre”. Dios ha salido a buscar hijos pródigos, hijos que están estancados en la vida porque algún rechazo o resentimiento los tiene frenados y sin iniciativas.
Leemos en 1ª Juan 3: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él”. Tanto amor tiene el Padre que nos ha hecho hijos; no somos advenedizos, no somos de otra familia, no somos de la calle. El amor de Dios es tan grande que nos ha hecho sus hijos. Oro que esta palabra penetre en tu corazón y que por primera vez en tu vida te sientas hijo e hija del Dios viviente y no un mendigo del mundo. ¡No eres un mendigo! ¡Eres un hijo y una hija de Dios!
CONCLUSIÓN
Cuando tenía unos diez años de edad, mi papá compró su primer auto. ¡Toda la vida habíamos andado en moto! Estábamos contentos por viajar adentro de ese auto. Yo le decía a mis amiguitos: “Vamos a subirnos a mi auto”. Yo no decía “el auto de mi papá” sino “mi auto”. Yo tenía conciencia de que lo que era de mi padre también era mío. Siendo niño no le decía a mi padre: “Oh, padre mío, ¿puedo abrir la heladera y sacar algo para comer?” Yo llegaba a casa, abría mi heladera y me servía lo que quería. Nunca dije: “Voy a la casa de mi papá”, sino que decía: “Voy a mi casa”. La casa de mi papá era mi casa así como la heladera y los alimentos que habían adentro. ¿Tú tienes esa confianza como para sacar de la despensa del cielo lo que necesites para comer? ¿Tienes esa confianza para acercarte a Dios creyendo que eres parte de su familia? Jamás llegarás a ser un gran siervo y servir a Dios si primero no eres un gran hijo de Dios. El hijo de Dios es el que el Padre ama, llena y sustenta y una vez que aprendió a ser hijo y aprendió a acercarse al Señor como tal, entonces puede comenzar a servirle a Él porque ha sido servido por el amor del Padre. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3:1).
En el libro de San Juan capítulo 1 versículo 12 dice así la palabra de Dios: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. ¡No es cualquier cosa! ¡Es para quienes le han creído! Quizás nunca te sentiste un verdadero hijo o hija de tu padre o de tu madre terrenal pero no puedes desarrollar tu vida si no logras experimentar esta relación de hijo o de hija con el Padre celestial. La relación entre el Padre y Jesús su Hijo era maravillosa. En una oportunidad los discípulos le insistían que tenía que comer y descansar, pero el Señor les respondió: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Juan 4:34). El Señor era totalmente Hijo y en el peor momento de su vida, el más difícil que le ha tocado vivir, cuando ya no le quedaba aliento en la cruz del calvario, le dijo al Padre: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46), demostrando la confianza que tenía en el Padre más allá de la muerte. Había cargado sobre Él el pecado de todos nosotros; fue hecho maldición por causa de nuestros pecados y padeció bajo la carga del pecado de todos y cada uno de nosotros. Abandonado por el Padre, Dios se retiró de Él, si no hubiera sido así, Jesús no moría, pero murió y encomendó su espíritu en las manos del Padre. Aún ahí podemos apreciar la confianza que tenía el Hijo en su Padre, y el Señor dijo de Él: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17).
Si buscas en la Biblia, encontrarás mucho acerca de esta preciosa relación que hubo entre Jesús y el Padre. Un día se les perdió a María y a José, y cuando lo encontraron, su madre le dijo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia. Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Lucas 2:48 y 49). Jesús tenía una clara identidad en su Padre y sabía con certeza que era el Hijo de Dios.
Hoy el Señor te dice: “La relación que yo tengo con mi Hijo amado es la relación que quiero tener contigo”. Somos coherederos juntamente con Cristo, según Él somos sus hermanos. Sus seguidores eran sus discípulos, pero después de resucitar, cuando se encontró con María Magdalena, le dijo: “Ve y dile a mis hermanos…”
¿Puedes comprender la relación filial que tenemos con Jesús? ¿Te han herido? ¿Te han fallado tu padre y tu madre? ¿Has iniciado una relación de noviazgo y de matrimonio en inseguridad, sin certeza y te ha ido mal? ¿Tu matrimonio va mal y tu familia se desmorona? Hoy el Señor te dice: “Entrégame hoy tus cargas y adóptame como tu Padre aunque yo ya te adopté como mi hijo, como mi hija”.
Necesitas afirmar tu relación con el Padre celestial; tal vez nunca has visto a Dios como un verdadero Padre, pero ahora crees que el Señor te dará todo lo que te falta y necesitas; el amor que te ha faltado, el Padre te lo da en esta hora. Si no tenías clara la relación filial con Dios quiero orar por ti: “Padre, mira por aquellos solitarios que han luchado en la vida, arrastrando angustia, arrastrando su pasado, sin afecto paterno o materno. Tócalos con tu poder, Dios mío. Descienda tu Espíritu de adopción sobre ellos, en el nombre de Jesús. ¡No son bastardos, son hijos! ¡No son allegados, son hijos! ¡Recibe el Espíritu del Padre! ¡Eres amada, eres amado, te dice el Señor!”
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